El dolor
- BC

- 6 dic 2020
- 2 Min. de lectura
El dolor, una vivencia inefable que nos alcanza con mayor o menor evidencia y que, como todo, tiene su propia historia, el lugar que ha ido ocupando en la misma y los significados que le han sido atribuidos ha determinado y determina nuestra experiencia.
Habiendo sido entendido como signo de alguna patología, en la actualidad se ha convertido en una enfermedad en sí misma, es ahora diagnóstico y no síntoma, pero no siempre fue así. David Morris, en su magnífico libro La cultura del dolor, hace un apasionante recorrido en la historia de este enigmático acompañante mostrando su evolución y, por ello, la cualidad del mismo. Por extraño que parezca, el dolor cambia según se lo sitúe en determinado tiempo y cultura; un mundo épico, donde se debe superar el dolor para lograr sabiduría y fortaleza difiere de otro en el que el dolor está completamente excluido o no es imaginable. Morris nos recuerda, por ejemplo, el papel del dolor en su función santificadora para los mártires que nos hablan de un sufrimiento gozoso en el que el dolor lleva a una verdad de otro mundo, más allá del cuerpo; en la Edad Media la tortura fue el medio legal para que emergiera la verdad; el autor señala que "pain" (dolor en inglés) viene de poena, castigo; en una visión romántica, el dolor no es un accidente, sino algo inseparable de la belleza, "el núcleo esencial y necesario de la vida humana". ¿En qué medida nos puede afectar convivir con determinados sentidos? en su lectura actual el dolor nos encadena a un mundo material, centrado en la carne. La búsqueda hacia el sentido del dolor ha pasado de ser biográfica, experiencial, sentimental, a ser mera búsqueda de correlato anatómico en el cerebro, vínculo que en numerosos casos resulta imposible por la ausencia de daño en los tejidos. Su medicalización, fruto de nuestra época científica y desmitificadora, ha dejado al dolor fuera de nuestra historia personal y cultural, el dolor queda despersonalizado y a merced de los descubrimientos tecnológicos y farmacológicos, siendo evidentes los riesgos de generar un nuevo problema, el de la adicción.
Morris recuerda el papel del arte en su acercamiento al dolor "sin que casi se lo advierta", que la tragedia nos abre a la compasión por el dolor ajeno y nace para "hacer soportable lo insoportable" (Nietzsche), que la comedia nos acerca a un mundo en que el dolor puede ser consolado y hasta aliviado; que el lenguaje permite una envoltura que aplaca y resignifica el dolor.



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