La culpa
- BC

- 4 ene 2021
- 2 Min. de lectura
Escuché al gran psiquiatra y ensayista Fernando Colina una interesante reflexión acerca de la culpa y su papel en la historia y en nuestras vidas. Tenemos en nuestra tradición cultural el pecado original como la primera marca de nuestra existencia ¿qué papel podría tener este mito? Una posible lectura de este relato podría consistir en pensar en el Paraíso perdido de Adán y Eva como aquel lugar mítico donde la pareja humana aún pertenecía al reino animal, permaneciendo guiada por la certeza del instinto; allí no habría duda, ni deseo, ni pudor, ni culpa. En este mito patriarcal Eva simbolizaría el objeto de deseo para Adán, así que ella se tornaría la transmisora del pecado, de la falta. La falta en sus dos acepciones, como error -como pecado- y como hueco o agujero, origen del deseo que es lo que me mueve en busca de lo que creo que me falta. En el origen del ser está entonces el origen del deseo y este deseo viene de una falta original. Esa falta originaria, seno de la culpa, es el motor de nuestra búsqueda. Esta posible lectura del mito, nos propone una explicación a esa culpa presente en cada persona y que es más o menos protagonista en nuestras vidas. A veces sucede que esta culpa es tan intensa, tan inmensa, que deja de cumplir su papel en la generación del deseo, crece tanto que lo aplasta, aplastando también a quien la sufre. En otras ocasiones la culpa mengua, se disipa, desaparece y es entonces cuando esa persona se torna inocente cargando de culpa a todo el mundo alrededor. Desaparece la culpa, desaparece también el deseo. En estos extremos se sitúa la melancolía y la paranoia respectivamente, en ambos lugares despunta la más absoluta soledad. Es en la relación con los otros, los semejantes, con la familia, amistades, pareja, trabajo, donde ponemos en juego nuestros deseos, también donde se pone en marcha la culpa. A veces estas relaciones se vuelven tan fundamentales que no logramos saber cómo permanecer en soledad, otras veces resultan tan difíciles que nos resguardamos justamente en esta soledad, a salvo de los deseos, las demandas, los caprichos o las intenciones de los otros. Se trata de nuevo de sostener un difícil equilibrio, muchas veces de encontrar cómo acompañarnos en nuestras soledades y compartirlas.



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